No supo de aquel beso su tristeza,
ni mano que sanara su tronco herido,
tampoco fue sostén del tibio nido,
ni sombra al caminante que tropieza.
Sus hojas visten el descolorido
último tramo del incierto invierno,
y mañana quizá su tronco tierno
se consuma siendo leño encendido.
No importa cuán lejano ha visto el cielo,
como no importa al loco su locura,
ni como habrá perdido su cordura
regando con sus lágrimas el suelo.
Un día más y el último rocío, habrá caído
y fundirse conmigo en cada surco de la tierra,
bendiciendo la lirica semilla que se desagarra
ante el amor del cielo con su fruto nacido.